La ceñida complejidad de los textos de Ruth Reséndiz
permea de valor actual y mordaz a una obra cuya integración ha logrado un
acertado efecto de sentido global. La frescura y espontaneidad, con hitos de
marcada digresión, con que la autora apela a un interlocutor cuya
representación in ausentia exige de
manifiesta competencia por parte del lector, desencadena torbellinos de
significados impecablemente depurados.
Los lugares
comunes se convierten en principios escrupulosos, con los que se da paso a vibrantes
propuestas. Es verdad que la exigencia de un alto nivel de concentración hace
que las mini ficciones de Reséndiz se desaten en mordaces coordenadas que
manifiestan un alto sentido crítico, sagaz y certero.
Desechos tóxicos es una obra de lectura obligada. Es un parteaguas que
nutre a la literatura contemporánea de una abundante relación de elementos
congruentemente escindidos en la búsqueda, a veces fortuita y deleznable, de
respuestas a preguntas nada ortodoxas pero siempre auténticas y sinceras,
provistas de coherente razonamiento espartano.
Ruth Reséndiz se
despliega en esta serie de mini ficciones como una escritora brillante y audaz,
controversial, esotérica, mística y precisa; impecable en su distanciamiento de
lo banal. Reséndiz no pregunta, confronta; no especula, ratifica; no es
siniestra, es clara, tenaz, resuelta.
Cada verbo,
sustantivo o conjunción han sido pensados con tiempo y talento. La autora hace
gala de magnífica plenitud de facultades literarias. Los textos se encuentran
envueltos en espléndida madurez y a la vez en cierta inocente juventud que los
hace exquisitos y deleitosos.
Desechos tóxicos es una obra de su tiempo, de este tiempo convulso y
raquítico que se resuelve con una literatura firme e intrépida, que se
despliega en impresionantes vuelos.
Ruth Reséndiz es
una autora cuya franqueza incomoda, franqueza que se ha revestido de auténticos
logros literarios.
En la lectura de Desechos tóxicos somos partícipes de la
magia de una pluma excepcional.
Las Editoras
Esta obra se puede adquirir en :
Informes: Grupo Editorial BENMA, S.A. de C.V.
Presentación de Desechos tóxicos en el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México por el Dr. Roberto Domínguez Cáceres:
En
cada nueva aproximación a un texto, todo lector que sea cuidadoso puede
encontrarse con algo muy semejante a aquello que teme ver en un espejo, en una
esquina oscura de su mente, en un recuerdo. Hay muchas maneras de abordar un
texto, de entenderlo, de gozarlo o de extrañarlo.
El
proceso de escritura, valga la redundancia , pues bien visto toda escritura es
un proceso largo y doloroso de borradores, borrones, borraduras, enmiendas,
arrepentimientos, redundancias, frases felices, asombrosos descubrimientos y
alguna satisfacción para quien escribe, es un proceso de conocimiento. Primero
del potencial heurístico de la lengua, pues solo al escribir nos damos cuenta
del poder que nos confieren las palabras, segundo, porque al usar las palabras
nos damos cuenta cómo éstas nos pueden unir con mundo o nos pueden llevar más
allá de nuestra realidad.
Escribir,
creo, para Ruth Reséndiz debe ser un proceso meditado y consciente, porque la
brevedad elocuente nunca es producto de una “chiripa” o un accidente.
En
otro sentido, en la escritura, la posibilidad de la mímesis, es decir, una
suerte de reordenamiento de la realidad, de imitación poética de conceptos y
nociones que muchas veces solamente se descubren justamente porque han sido
descritos en una ficción, es picar la curiosidad.
Cada
escritor, por joven que sea, cuando tiene la calidad de Reséndiz, se considera
experimentado cuando es capaz de decir lo que quiere y como lo quiere. Un
escritor es quien escribe con todos los dedos, perdón por lo que nomás usan los
pulgares, es quien expresa todo lo que desea empleando el recurso de su léxico,
de su sintaxis y la lleva a un nivel más amplio, más elocuente para los demás.
Reséndiz escribe, en todos los sentidos, lo que nos sucede a sus demás congéneres
y nos confronta con situaciones que simplemente no podríamos verbalizar con tal
eficiencia ni con tal tino.
¿Y
cuál es la realidad de la que hablan estas narraciones breves? Para no estropearle
la sorpresa a quien no las haya leído, diré que los diversos asuntos de los 26
relatos del volumen abordan aspectos que difícilmente serían literarios per se: un matrimonio convencional, una
fiesta, un legrado, un palo y una astilla, una muñeca azul, un arresto
domiciliario, un martes en la mañana, una sesión del psicólogo o mi favorito:
una camisa limpia.
Todos
estos no son asuntos literarios, son aspectos de la vida de cada uno de los
seres que habitan el universo particularísimo de estas narraciones. Se
convierten en literarios cuando por medio de su abordaje y representación cualquiera
de nosotros los empezamos a reconocer de otra manera. Entonces los desconocemos
como triviales, olvidables, dolorosos, angustiantes para reconocerlos luego
como el lado estético del sinsentido cotidiano.
Los
temas de Desechos tóxicos son enclaves
de imágenes, de símbolos, de frases comunes revitalizadas, de “no lugares” –la
calle, la banqueta, el interior de un auto- que se llenan aquí nuevamente de
humanidad, nos dejan claro que ésta es una colección contemporánea y creo yo,
universal.
Gilles
Lipovestky, ensayista y teórico francés, le prestaría muy buena luz al lector
de Desechos tóxicos, para aclararle
que no está leyendo relatitos, sino pequeños pedazos de la realidad de una era
del vacío, del hiper narcisismo, de la trasfiguración de los valores esenciales
en representaciones de la apariencia. Para el teórico, la angustia que produce
el abigarrado mundo de la información, los medios digitales y la superconectividad
son espejismos de compañía, que de ninguna manera nos salvan de la soledad. Es
más, nos arrojan con más fuerza hacia una especie de límite de la paciencia. Sólo
el autoconocimiento nos salva de estar solos.
Tal
vez por la poca paciencia que la autora sospecha en los lectores es que sus relatos
están divididos en secciones cortas, son precisos, sin rodeos. Nos da poco
texto para leerlo rápido y tener más tiempo para no estar solos, para pensar en
lo que hemos leído. Así, sus textos nos hacen más felices que los infortunados
personajes que leemos.
Los
personajes, que no tienen nombre, que no tiene rasgos, son más bien actantes de
las narraciones que viven lo cotidiano soportando una constante presión
bifurcada. Por un sentido, de afuera hacia adentro, pues el mundo, sus días,
sus despertares, la costumbre, la fiesta, el amante, los amigos, ejercen una
influencia por lo menos asfixiante. Y por otro lado, desde dentro hay una
pulsión en los personajes malgré tout,
a pesar de todo, por sobrevivir. Así, creo, los relatos de Desechos tóxicos, no son fáciles ni sencillos de abordar porque
esconden en su brevedad una invitación a verse más allá de lo cotidiano.
El
lector debe ser paciente para entenderlos, no en el tiempo que le tomará leerlos,
sino por el tiempo que le llevará comprenderlos, asimilarlos y por su puesto,
disfrutarlos. Los relatos de Reséndiz se disfrutan más luego de ser meditados.
Uno
de los relatos que me parece más elocuente se titula “De tal palo tal astilla”,
p. 43, y lo creo así por la figuración que se hace de un leguaje habitual y
porque toca el tema de la hija que se refleja en la madre y que evade su culpa,
y de paso, se niega a sí misma.
El
personaje deja claro que hay un precio que pagar por las acciones: un precio
justo es asumir la responsabilidad y la incomodidad; el otro precio es menor en
el corto plazo, es evadir la realidad y con ella negarnos la posibilidad de ser
hoy y aquí. La protagonista usa un lenguaje que ya no se puede llamar
coloquial, pues no hay visos de que pudiera acceder a otro registro culto. Usa
el lenguaje que tiene, con el que es y con el que configura el mundo en que no
se asume responsable. La elocuencia de sus palabras es mayor que su esperanza.
Otro
relato que me ha impresionado es “La muñeca azul” p. 45. Aquí diremos que quien
echa la culpa por delante, se arroja a sí mismo de su circunstancia, pues
aplazar la responsabilidad y el subsecuente dolor, es negarse. Volverse cero.
Cero y van dos.
Pero
no se piense que hay en estos breves relatos un único tono. Hay otros más
amenos, pero no menos reveladores: “Tránsitos amoroso” p. 39, por ejemplo.
A
este conjunto de relatos yo no lo llamaría de mini ficciones, simplemente por
que lo mini no debe aplicarse nunca a un asunto que es potencialmente
ilimitado, como la imaginación; no debería adjetivar un asunto que no se limita
al número de páginas o de renglones del texto, pues el texto literario,
sabemos, condensa una serie de imágenes y motivos por los que se expande y se
ensancha en la imaginación del lector, y con ella el texto puede crecer hasta
ser una hiperimagen o adentrarse en la reflexión y ser una supra-reflexión.
En
Desechos tóxicos no hay imágenes
felices o lugares idílicos, sino una descripción de lo que podría llamarse “lo
cotidiano” lo no literario, lo indecible, lo que no vale la pena contarse. Pero
es porque se cuentan que descubrimos una luz que nos acerca a entender más la
vida en lo cotidiano.
Estos
relatos nos hacen habitable lo fugaz, lo que se escapa en la prisa de la
costumbre y la rutina. Por eso, creo, las ficciones de Reséndiz son puntos de
partida, inicios, nunca últimas palabras, sino invitaciones a pensarnos en su
brevedad.
A
manera de reflexión sobre el género de estos relatos, creo que la ficción no
tiene tamaño, pero sí tiene capacidad de llevarnos afuera, abajo, detrás de
esta realidad que percibimos por medio de mecanismos no muy seguros ni
confiables, como los sentidos o la memoria.
Desde
los españoles Alejandro Baricco, con Seda,
o Ignacio García Valiño con La
irresistible nariz de Verónica o el mexicano Gerardo Piña, con La erosión de la tina, la exploraciones de
la brevedad de un relato parecen ganar cada vez más terreno en nuestras letras
hispánicas.
En
este sentido, la narrativa Reséndiz está emparentada por la tradición con Juan
José Tablada con su caligramas y haikus, con Mónica Lavín y sus relatos
cortísimos, con Cristina Rivera Garza y la “tuit novela” o con Guadalupe Nettel,
en Pétalos, por mencionar algunos
nombres cuyas zonas de representación son afines a la obra que comentamos aquí.
Reséndiz
aporta al conjunto de narradoras mexicanas una extensión del imaginario: ese
que descubre el sentido en lo absurdo de una circunstancia desventurada, que hace
de la carencia y la aflicción un motivo para escribir y enmendar, para cerrar y
abrir nuevamente las incógnitas contemporáneas.
Creo
sinceramente que las ficciones nos ayudan a entender que en la realidad, bien
contado, hasta un desecho tóxico, puede ser contribuir a sanar el espíritu y a
llenar el vacío que según dicen es el signo de nuestro presente. Por eso invito
a leer estos breves y grandes relatos para que se la imaginación se nos siga
ensanchando.
Informes: Grupo Editorial BENMA, S.A. de C.V.
Presentación de Desechos tóxicos en el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México por el Dr. Roberto Domínguez Cáceres:
En
cada nueva aproximación a un texto, todo lector que sea cuidadoso puede
encontrarse con algo muy semejante a aquello que teme ver en un espejo, en una
esquina oscura de su mente, en un recuerdo. Hay muchas maneras de abordar un
texto, de entenderlo, de gozarlo o de extrañarlo.
El
proceso de escritura, valga la redundancia , pues bien visto toda escritura es
un proceso largo y doloroso de borradores, borrones, borraduras, enmiendas,
arrepentimientos, redundancias, frases felices, asombrosos descubrimientos y
alguna satisfacción para quien escribe, es un proceso de conocimiento. Primero
del potencial heurístico de la lengua, pues solo al escribir nos damos cuenta
del poder que nos confieren las palabras, segundo, porque al usar las palabras
nos damos cuenta cómo éstas nos pueden unir con mundo o nos pueden llevar más
allá de nuestra realidad.
Escribir,
creo, para Ruth Reséndiz debe ser un proceso meditado y consciente, porque la
brevedad elocuente nunca es producto de una “chiripa” o un accidente.
En
otro sentido, en la escritura, la posibilidad de la mímesis, es decir, una
suerte de reordenamiento de la realidad, de imitación poética de conceptos y
nociones que muchas veces solamente se descubren justamente porque han sido
descritos en una ficción, es picar la curiosidad.
Cada
escritor, por joven que sea, cuando tiene la calidad de Reséndiz, se considera
experimentado cuando es capaz de decir lo que quiere y como lo quiere. Un
escritor es quien escribe con todos los dedos, perdón por lo que nomás usan los
pulgares, es quien expresa todo lo que desea empleando el recurso de su léxico,
de su sintaxis y la lleva a un nivel más amplio, más elocuente para los demás.
Reséndiz escribe, en todos los sentidos, lo que nos sucede a sus demás congéneres
y nos confronta con situaciones que simplemente no podríamos verbalizar con tal
eficiencia ni con tal tino.
¿Y
cuál es la realidad de la que hablan estas narraciones breves? Para no estropearle
la sorpresa a quien no las haya leído, diré que los diversos asuntos de los 26
relatos del volumen abordan aspectos que difícilmente serían literarios per se: un matrimonio convencional, una
fiesta, un legrado, un palo y una astilla, una muñeca azul, un arresto
domiciliario, un martes en la mañana, una sesión del psicólogo o mi favorito:
una camisa limpia.
Todos
estos no son asuntos literarios, son aspectos de la vida de cada uno de los
seres que habitan el universo particularísimo de estas narraciones. Se
convierten en literarios cuando por medio de su abordaje y representación cualquiera
de nosotros los empezamos a reconocer de otra manera. Entonces los desconocemos
como triviales, olvidables, dolorosos, angustiantes para reconocerlos luego
como el lado estético del sinsentido cotidiano.
Los
temas de Desechos tóxicos son enclaves
de imágenes, de símbolos, de frases comunes revitalizadas, de “no lugares” –la
calle, la banqueta, el interior de un auto- que se llenan aquí nuevamente de
humanidad, nos dejan claro que ésta es una colección contemporánea y creo yo,
universal.
Gilles
Lipovestky, ensayista y teórico francés, le prestaría muy buena luz al lector
de Desechos tóxicos, para aclararle
que no está leyendo relatitos, sino pequeños pedazos de la realidad de una era
del vacío, del hiper narcisismo, de la trasfiguración de los valores esenciales
en representaciones de la apariencia. Para el teórico, la angustia que produce
el abigarrado mundo de la información, los medios digitales y la superconectividad
son espejismos de compañía, que de ninguna manera nos salvan de la soledad. Es
más, nos arrojan con más fuerza hacia una especie de límite de la paciencia. Sólo
el autoconocimiento nos salva de estar solos.
Tal
vez por la poca paciencia que la autora sospecha en los lectores es que sus relatos
están divididos en secciones cortas, son precisos, sin rodeos. Nos da poco
texto para leerlo rápido y tener más tiempo para no estar solos, para pensar en
lo que hemos leído. Así, sus textos nos hacen más felices que los infortunados
personajes que leemos.
Los
personajes, que no tienen nombre, que no tiene rasgos, son más bien actantes de
las narraciones que viven lo cotidiano soportando una constante presión
bifurcada. Por un sentido, de afuera hacia adentro, pues el mundo, sus días,
sus despertares, la costumbre, la fiesta, el amante, los amigos, ejercen una
influencia por lo menos asfixiante. Y por otro lado, desde dentro hay una
pulsión en los personajes malgré tout,
a pesar de todo, por sobrevivir. Así, creo, los relatos de Desechos tóxicos, no son fáciles ni sencillos de abordar porque
esconden en su brevedad una invitación a verse más allá de lo cotidiano.
El
lector debe ser paciente para entenderlos, no en el tiempo que le tomará leerlos,
sino por el tiempo que le llevará comprenderlos, asimilarlos y por su puesto,
disfrutarlos. Los relatos de Reséndiz se disfrutan más luego de ser meditados.
Uno
de los relatos que me parece más elocuente se titula “De tal palo tal astilla”,
p. 43, y lo creo así por la figuración que se hace de un leguaje habitual y
porque toca el tema de la hija que se refleja en la madre y que evade su culpa,
y de paso, se niega a sí misma.
El
personaje deja claro que hay un precio que pagar por las acciones: un precio
justo es asumir la responsabilidad y la incomodidad; el otro precio es menor en
el corto plazo, es evadir la realidad y con ella negarnos la posibilidad de ser
hoy y aquí. La protagonista usa un lenguaje que ya no se puede llamar
coloquial, pues no hay visos de que pudiera acceder a otro registro culto. Usa
el lenguaje que tiene, con el que es y con el que configura el mundo en que no
se asume responsable. La elocuencia de sus palabras es mayor que su esperanza.
Otro
relato que me ha impresionado es “La muñeca azul” p. 45. Aquí diremos que quien
echa la culpa por delante, se arroja a sí mismo de su circunstancia, pues
aplazar la responsabilidad y el subsecuente dolor, es negarse. Volverse cero.
Cero y van dos.
Pero
no se piense que hay en estos breves relatos un único tono. Hay otros más
amenos, pero no menos reveladores: “Tránsitos amoroso” p. 39, por ejemplo.
A
este conjunto de relatos yo no lo llamaría de mini ficciones, simplemente por
que lo mini no debe aplicarse nunca a un asunto que es potencialmente
ilimitado, como la imaginación; no debería adjetivar un asunto que no se limita
al número de páginas o de renglones del texto, pues el texto literario,
sabemos, condensa una serie de imágenes y motivos por los que se expande y se
ensancha en la imaginación del lector, y con ella el texto puede crecer hasta
ser una hiperimagen o adentrarse en la reflexión y ser una supra-reflexión.
En
Desechos tóxicos no hay imágenes
felices o lugares idílicos, sino una descripción de lo que podría llamarse “lo
cotidiano” lo no literario, lo indecible, lo que no vale la pena contarse. Pero
es porque se cuentan que descubrimos una luz que nos acerca a entender más la
vida en lo cotidiano.
Estos
relatos nos hacen habitable lo fugaz, lo que se escapa en la prisa de la
costumbre y la rutina. Por eso, creo, las ficciones de Reséndiz son puntos de
partida, inicios, nunca últimas palabras, sino invitaciones a pensarnos en su
brevedad.
A
manera de reflexión sobre el género de estos relatos, creo que la ficción no
tiene tamaño, pero sí tiene capacidad de llevarnos afuera, abajo, detrás de
esta realidad que percibimos por medio de mecanismos no muy seguros ni
confiables, como los sentidos o la memoria.
Desde
los españoles Alejandro Baricco, con Seda,
o Ignacio García Valiño con La
irresistible nariz de Verónica o el mexicano Gerardo Piña, con La erosión de la tina, la exploraciones de
la brevedad de un relato parecen ganar cada vez más terreno en nuestras letras
hispánicas.
En
este sentido, la narrativa Reséndiz está emparentada por la tradición con Juan
José Tablada con su caligramas y haikus, con Mónica Lavín y sus relatos
cortísimos, con Cristina Rivera Garza y la “tuit novela” o con Guadalupe Nettel,
en Pétalos, por mencionar algunos
nombres cuyas zonas de representación son afines a la obra que comentamos aquí.
Reséndiz
aporta al conjunto de narradoras mexicanas una extensión del imaginario: ese
que descubre el sentido en lo absurdo de una circunstancia desventurada, que hace
de la carencia y la aflicción un motivo para escribir y enmendar, para cerrar y
abrir nuevamente las incógnitas contemporáneas.
Creo
sinceramente que las ficciones nos ayudan a entender que en la realidad, bien
contado, hasta un desecho tóxico, puede ser contribuir a sanar el espíritu y a
llenar el vacío que según dicen es el signo de nuestro presente. Por eso invito
a leer estos breves y grandes relatos para que se la imaginación se nos siga
ensanchando.
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